La carpintería de madera ha sido, durante siglos, una de las expresiones más nobles del arte constructivo y decorativo en las casas señoriales. Lejos de limitarse a un mero oficio técnico, la carpintería en estas residencias adquiría una dimensión estética y simbólica que reflejaba el estatus social, el gusto artístico y el sentido del arraigo familiar de quienes las habitaban. Cada viga, cada moldura tallada, cada puerta o artesonado hablaba del cuidado con el que se concebía el espacio doméstico como una prolongación de la identidad de sus propietarios.
Desde la Edad Media y especialmente durante el Renacimiento y el Barroco, la madera fue uno de los materiales más apreciados para configurar la imagen interior de las casas nobles. Aunque la piedra daba cuerpo y solidez al edificio, era la madera la que otorgaba calidez, elegancia y una sensación de refinamiento. Los grandes artesanos de la madera desarrollaron técnicas cada vez más sofisticadas para tallar, ensamblar y tratar este material, que no solo debía ser funcional, sino también una muestra de maestría. La carpintería pasaba así a convertirse en un lenguaje artístico propio, capaz de embellecer espacios con soluciones que combinaban estructura y ornamentación.
En muchas casas señoriales, la carpintería se manifestaba desde el mismo acceso: los grandes portones de entrada, de roble o castaño, no eran simplemente un elemento de seguridad, sino una carta de presentación. Las hojas labradas con motivos heráldicos, vegetales o geométricos, los clavos forjados y los marcos esculpidos servían para mostrar poder y distinción. Al ingresar en el interior, el visitante podía percibir el dominio que los carpinteros ejercían sobre el espacio. Las escaleras, muchas veces de madera noble, serpenteaban con pasamanos torneados a mano, y los techos se elevaban en artesonados trabajados con paciencia y rigor.
Una de las grandes virtudes de la carpintería tradicional era su capacidad de adaptación a los gustos y corrientes estéticas de cada época. En las casas señoriales del Siglo de Oro español, por ejemplo, predominaban los techos artesonados de tradición mudéjar, en los que la geometría islámica se integraba con formas renacentistas. En el siglo XVIII, las influencias francesas y centroeuropeas trajeron molduras más sinuosas, decoraciones florales y boiseries, todo ello trabajado en maderas claras y con acabados lacados o dorados.
Pero más allá de su función decorativa, la carpintería también cumplía un papel estructural y funcional esencial, tal y como nos relatan los artesanos de Start Dreaming. En este sentido, los suelos de madera permitían un mejor aislamiento térmico, las contraventanas ayudaban a regular la luz y proteger el interior, y los muebles empotrados, librerías, armarios, aparadores, eran auténticas obras de ingeniería artesanal que optimizaban el uso del espacio. La elección de maderas locales, como el nogal, el castaño o el pino, no solo respondía a razones prácticas, sino también a una economía de proximidad y a una conexión con el entorno natural.
Con el paso del tiempo, muchos de estos elementos han resistido el desgaste gracias a la calidad de los materiales y a la pericia de los artesanos que los ejecutaron. Incluso hoy, en muchas casas señoriales restauradas, la carpintería original sigue siendo uno de los elementos más admirados. En una época en la que lo industrial y lo prefabricado predominan, la carpintería artesanal ofrece una lección de paciencia, respeto por los materiales y atención al detalle que sigue resultando inspiradora.
¿En qué provincias se trabaja más la carpintería artesanal?
La carpintería artesanal en España es una manifestación cultural profundamente arraigada, con una notable presencia en diversas provincias que han sabido preservar y fomentar esta tradición a lo largo del tiempo. Entre ellas, destacan Córdoba, Toledo, Cuenca, A Coruña, Lugo, Cáceres, Sevilla y Madrid, cada una con características y aportaciones únicas al arte de trabajar la madera.
Córdoba se erige como un referente en Andalucía, albergando la mayor cantidad de Zonas de Interés Artesanal (ZIA) de la comunidad, con cinco de las once existentes. La provincia cuenta con 247 inscripciones en el Registro de Artesanos, incluyendo 203 artesanos individuales, 39 empresas y 5 asociaciones, lo que refleja una vibrante actividad en el sector. Municipios como Priego, Pozoblanco y Aguilar son reconocidos por su tradición en ebanistería y mobiliario de madera, consolidando a Córdoba como un núcleo vital para la carpintería artesanal.
En Castilla-La Mancha, la provincia de Toledo destaca por concentrar el 53,2% de los artesanos de la región, siendo un epicentro de la actividad artesanal. Localidades como Talavera de la Reina, El Puente del arzobispo, Sonseca y Lagartera son conocidas por su rica tradición en trabajos de madera, cerámica y textiles. La región cuenta con más de 2.800 artesanos, de los cuales un 70% son hombres y un 30% mujeres, distribuidos en diversos sectores, con la madera ocupando un lugar destacado.
Cuenca, y en particular la localidad de Valera de Abajo, posee una tradición carpintera que se remonta a más de 500 años. La carpintería representa aproximadamente el 20% del PIB de la provincia, evidenciando su importancia económica y cultural. Sin embargo, el sector enfrenta desafíos relacionados con el relevo generacional, lo que ha llevado a iniciativas que buscan diversificar la actividad hacia la vivienda modular, manteniendo la madera como recurso estratégico.
En Galicia, las provincias de A Coruña y Lugo mantienen viva la tradición carpintera, especialmente en la comarca de Ferrol y Ortegal. Empresas como Cociñas Couce Carpintería, ubicadas en Moeche, trabajan en estrecha colaboración con comunidades locales, ofreciendo servicios personalizados que reflejan la rica herencia artesanal de la región.